Arvin Zelaya: el arte como un puente entre el alma y el mundo

SABANAGRANDE. En lo alto de la aldea El Obelisco, en Sabanagrande, Francisco Morazán, creció Arvin Zelaya, un joven que desde muy pequeño encontró en el arte una forma profunda de comunicarse con el mundo. Lo que empezó como un pasatiempo infantil, con lápices y papel, terminó convirtiéndose en su vocación y forma de vida.

Con el paso de los años, ese amor por el dibujo lo llevó a formarse como artista profesional en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde se graduó como maestro de artes plásticas en 2016. Desde entonces, ha trazado un camino artístico lleno de esfuerzo, creatividad y espiritualidad.

Zelaya se define por un estilo figurativo, con una marcada inclinación hacia el arte sacro y el dibujo académico. Su obra combina técnicas como el óleo, el acrílico y el grafito, a través de las cuales representa rostros, figuras religiosas y escenas que invitan a la reflexión.

“Vengo de un pueblo hermoso de gente luchadora y sobre todo lleno de inspiración. Desde niño me gustaba dibujar y pintar y nunca imaginé que ese impulso me traería hasta aquí. El arte me abrió un camino y hoy es mi manera de vivir y de soñar”, relata el artista.

Su talento ha sido parte de importantes muestras colectivas, destacando su participación en espacios como la Galería Nacional de Arte, la Alianza Francesa de Tegucigalpa, y la misma Escuela Nacional de Bellas Artes, que lo formó. Además, ha realizado obras por encargo tanto en Honduras como en el extranjero, siendo un embajador del arte hondureño en diferentes rincones del mundo.

Uno de sus aportes más significativos ha sido su colaboración con distintas iglesias del país, entre ellas la reconocida Basílica de Suyapa, donde su arte se ha convertido en un vehículo de fe y contemplación.

Recientemente, participó en la exposición Ángeles y Demonios, donde presentó una obra de gran tamaño que explora la lucha entre la luz y la oscuridad, y la constante búsqueda del ser humano por la redención. La pieza recibió elogios del público, marcando un nuevo avance en su desarrollo artístico.

 “Me gusta que mis obras tengan alma, que las personas al verlas puedan sentir algo más allá de la forma y el color”, expresa con convicción.

Aunque ha logrado consolidar una presencia importante en el arte nacional, su mayor anhelo aún está por cumplirse: realizar una exposición individual. Un sueño que representa más que un logro personal, pues también es un homenaje a quienes han creído en él desde el inicio.

“Espero seguir contando con ese apoyo, porque cada obra que realizo no la pienso solo para mí, sino también para los demás”, afirma.

Hoy, el nombre de Arvin Zelaya comienza a resonar con fuerza en el entorno artístico de Honduras, como prueba de que los sueños nacidos en un pequeño rincón del país pueden llegar lejos cuando se caminan con pasión, disciplina y fe.